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W. Griem, 2020
D. Martner
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Mapa de Marin, 1914 [Aquí mapa total]
D. Martner publicó en 1918 un análisis socio - económico de los ferrocarriles en Chile. Un trabajo científico,
análisis profundo de la falencias,
pero también de la importancia contar con de un sistema de transporte moderno,
rápido y eficaz como los ferrocarriles.
Daniel Martner (*1880 - +1945),
economista chileno, doctorado en la Universidad de Bonn, Alemania -
Ministro de Hacienda (1920), rector de la Universidad de Chile.
Partidario de un "socialismo estatal" parecido de Alemania, donde el
estado actúa e interviene a procesos económicos, asegurando un bienestar
de todos los participantes.
El libro "Nuestros Problemas económicos, el
trafico nacional" - una excelente obra y análisis de la
importancia contar con un sistema de transporte amplio y eficaz en un
país como Chile. Al final se puede indicar que la ignorancia de esta
investigación por parte de la política y gobiernos posteriores de 1920
se nota hasta la actualidad en el país: Sistemas de transporte público
ineficaz, ausencia de un sistema integral, de precios razonables,
respondiendo a las necesidades de los Regiones y cumpliendo una función
que permite un desarrollo económico en todos partes del país.
Literatura:
(1) SANTIAGO MARÍN VICUÑA, Los
ferrocarriles de Chile—Santiago, 1912.
(2) SANTIAGO MARÍN VICUÑA, Los
ferrocarriles de Chile—Santiago, 1912.
(3)
Anuario Estadístico de la
República de Chile, vol. VIII. — Santiago, 1917.
(4) ALFREDO AVALOS,
Antecedentes del proyecto de ley de tribulación minera.—Santiago de
Chile, 1917.
Los textos originales fueron digitalizados, transformados a ASCII y redactados por Dr. Wolfgang Griem
Literatura: Ferrocarriles en 1918
D. Martner en su análisis socio - económico de los ferrocarriles en Chile - sector de las minas de cobre y plata
Texto Original:
3. La zona minera y sus ferrocarriles
Muy diversa a las precedentes es la zona minera de Chile.
Dado el carácter de su producción, que hace que la base de la vida
económica descanse en la exportación, es natural que sus ferrocarriles
hayan tenido también en buena parte este carácter y hayan sido
verdaderos órganos dé exportación. Dos regiones bien diferentes de
productos, marcadas por la orografía del territorio, hay que distinguir
en esta zona: la región del salitre, que se extiende desde las
inmediaciones de la provincia de Tacna (19°) hasta Taltal (25° 30"), y
la región de minerales de cobre, plata y otros, que llega desde este
punto hasta la Cuesta de Chacabuco (33°).
a. En la
región de minerales de cobre, plata y otros.—
El primer
ferrocarril: A esta, región, que hoy día no es ciertamente la en que se
encuentran las minas más grandes de cobre del país, que son las de
Chuquicamata, en Antofagasta, y del Teniente, en O’Higgins, corresponde
la gloria de haber albergado el primer ferrocarril, no sólo de Chile,
sino de Sud-América entera. Empezados sus trabajos en 1850, en el puerto
de Caldera (27° latitud sur) fueron terminados al año siguiente en la
ciudad de Copiapó, con un recorrido de 81 kilómetros. Al buscar los
fundamentos que le dieron vida, encontramos que por aquellos tiempos se
explotaba en grande escala en ese lugar el mineral de cobre, de que es
riquísima la región, por lo que aparecía muy explicable la introducción
de un medio de transporte que permitiera el acarreo de minerales en gran
cantidad hacia la costa. Así nació ese ferrocarril, minero propiamente
hablando, ya que la región que atraviesa y pone en comunicación era poco
poblada para sostener un medio relativamente costoso de comunicación.
El ferrocarril de Copiapó, como podemos
observar en la estadística de sus entradas, ha tenido en su larga vida
períodos de esplendor y períodos de decadencia. Ello no se explica de
otro modo que siguiendo los diversos estados de florecimiento y
decadencia en la explotación mundial de cobre. Así, le vemos en la
cúspide de su florecimiento desde su inauguración hasta 1881, época que
coincide también con el florecimiento de la industria mencionada, y en
que contaba con un coeficiente medio de explotación ascendente a 40,46
por 100, y con un interés medio sobre el capital invertido ascendente a
11,92 por 100 (sabido es que Chile llegó a ser un tiempo el primer
productor de cobre en el mundo entero: en 1876 produjo 52.308,118
kilogramos). En los tiempos siguientes decreció su explotación, y le
vemos en su mayor decaimiento en los años de 1902-1905, en que su
coeficiente medio de' explotación llegaba a 91,65 por 100, y su interés
sobre el capital a 2,77 por 100, época que coincide igualmente con la
baja del metal rojo. El transporte por este ferrocarril se componía en
1910, año en que se realizaba su venta al Estado, de 60,050 toneladas de
carga y 64,599 pasajeros.
Como la región es en extremo
montañosa, sus ferrocarriles, lo mismo que los de la región salitrera,
hacen por lo común fuertes subidas hacia el interior, de modo que en las
estadísticas se registra transporte de subida y de bajada. La carga
ascendente de 1910 fue en éste de 21,502 toneladas, y la descendente, de
38,548 (1); de esta cifra correspondieron al acarreo de minerales 29,588
toneladas (muchas empresas mineras no hacen la fundición en la misma
mina, sino que acarrean los minerales a la costa, de donde, o son
exportados los de mayor riqueza metálica a Inglaterra y otros países, o
llevados a las fundiciones respectivas, especialmente al Sur del país;
así se explica el gran transporte de minerales de cobre).
Diez años después del de Copiapó se inició la
construcción de un ferrocarril en Coquimbo (30°), que
debía unir a este puerto, primero con las ciudades de La Serena y Ovalle
(98 kilómetros) y después con Rivadavia (94
kilómetros), en una extensión total de 192 kilómetros. Si tomamos en
consideración que los ferrocarriles de Coquimbo fueron hechos para
servir en especial una región minera de metales (cobre, plata, etc.), no
nos extrañará el hecho de que han debido seguir en parte también las
alternativas históricas de la explotación de metales. Pero el
decaimiento de tales ferrocarriles no es tan grande como el del
anterior, porque la región de Coquimbo y La Serena es, por su clima y
fertilidad, más poblada que aquélla, de modo que el tráfico de pasajeros
y de mercaderías no minerales ha debido tener su influencia. Ello se
observa claramente en las estadísticas de su explotación: por ejemplo,
en 1910, año normal, transportaron estos ferrocarriles 422,179 pasajeros
y 161,611 toneladas de carga, proporción de acarreo que difiere
esencialmente de la del ferrocarril anterior.
La suerte del de
Copiapó corrieron del todo los ferrocarriles de Carrizal Bajo
(28°), empezado en 1863; de Tongoy (30°), en 1865, y de Chañaral (26°
30”), en 1872, que van, como todos los de la región minera de esta
etapa, en la misma dirección de Oriente a Occidente. El de
Carrizal Bajo, que tiene un recorrido total de 186 kilómetros
(con varios ramales), es, al estilo del de Copiapó, esencialmente
minero: en 1910 transportó 32,925 toneladas de carga y 5,710 pasajeros.
La carga de bajada, que forma el 75 por 100 del total de transporte, fue
de 24,752 toneladas, de la cual correspondieron 24,234 a los minerales.
El de Tongoy conduce a las minas de Tamaya,
en dirección sudeste y en una extensión de 57 kilómetros. Las minas de
Tamaya (cobre) se paralizaron, y el ferro carril hubo de pasar a manos
del Estado, que prolongó la línea hasta Ovalle, en una extensión de 80
kilómetros. El de Chañaral ne [sic] a este puerto con
la región interior de minas de cobre, pasando por alturas hasta de 2,173
metros sobre el nivel del mar, como es la de la estación José Joaquín
Pérez, hoy del longitudinal de Pueblo Hundido al Norte; el ferrocarril
alcanzó a tener sólo pocos años de esplendor, y en 1887 se encontraba en
completa decadencia (2).
La extensión de él fue
primero de 108 kilómetros (Chañaral-Pueblo Hundido, 65 kilómetros;
ramal de Los Pozos, 43 kilómetros). Más tarde pasó,
como el anterior, a manos del Estado, y fue extendido de Pueblo
Hundido hasta Chulo en 142 kilómetros más. En cuanto a la
proporción del transporte, podemos observar que aun en los años
posteriores de decadencia cuenta con una conducción de carga que en su
tonelaje es tres veces superior al número de pasajeros; en 1905 (no
obtuvimos datos más recientes) se transportaron 48,830 toneladas de
carga y 16,437 pasajeros, lo que indica como los anteriores, a excepción
del de Coquimbo, su carácter predominantemente minero.
En 1889
se empezó la construcción de dos ferrocarriles más, que presentan un
parecido entre sí por su carácter económico también: el del
puerto de Huasco (28° 30”), que, en un largo de 49 kilómetros,
puso en comunicación a ese punto con la ciudad de Vallenar,
en 1894, y el de Los Vilos (32°). En las estadísticas sobre el
transporte del primero encontramos que el número de pasajeros es, en
general, casi el mismo que el de toneladas de carga: en 1910 se
transportaron 37,274 toneladas de carga y 36,727 pasajeros; el
ferrocarril ha nacido sobre la base de la producción minera (cobre);
pero si nos fijamos en que Huasco y Vallenar están situados en una
región más fértil y de clima menos caluroso, nos será fácil explicarnos
el tráfico relativamente grande de personas por el ferrocarril: la
poblaciones algo más intensa y los productos agrícolas desempeñan ya
cierto papel; así, en aquel tonelaje de carga hay seguramente buen
número de productos agrícolas; el año de su construcción nos indica, por
lo demás, que no pudo haber sido exclusivamente la producción minera de
cobre el origen de la línea, pues en 1889 esa rama había decaído ya
bastante. El de Los Vilos es de 58 kilómetros. La región que atraviesa
contiene minerales de cobre, oro, etc., pero en cantidades que no
justifican, económicamente hablando, la construcción de un ferrocarril
sobre esa principal base. Con encomio se habla en este punto más bien de
la producción agrícola, sobre todo de sus productos vinícolas, de
forraje, trigo, etc., en armonía naturalmente con su situación
geográfica, en que sirve el valle de Choapa y se encuentra situado más o
menos en el límite norte de la zona agrícola central.
Vemos,
así, que, de los siete ferrocarriles de la región minera de
cobre, cinco, los mayores, fueron construidos durante la época en que la
industria del cobre era próspera, es decir, hasta 1881. Los
otros dos fueron empezados después de un largo período de tiempo, en una
época de visible decadencia minera, y se protegen con la agricultura.
Técnicamente, podemos caracterizar, pues, a los ferrocarriles
mineros de Chile por las dificultades que ofrece la orografía de la
región. Cruzada ésta por cordones transversales de montaña, dificulta
toda conexión en sentido perpendicular al curso general de sus
ferrocarriles. Desde el punto de vista económico, podemos distinguirlos
por su carácter predominantemente minero, que los ha obligado a sufrir
en su desarrollo y prosperidad las alternativas históricas del mercado
de metales, en esencial del rojo.
El pasado, presente y
futuro:
Conocida en general la historia de la industria del
cobre en Chile hasta estallar la actual guerra europea, tócanos hacer un
análisis de la situación presente de ella e investigar su porvenir, pues
se trata de una industria que durante el conflicto ha llegado a ser de
trascendental importancia. La guerra ha agotado en algunos países la
existencia de cobre a causa del gran uso que ha debido hacerse de él en
los medios de combate, motivo por el cual hubo de aumentar
considerablemente la demanda de este metal en el mercado universal. A
esto se debe el resurgimiento no soñado que durante la guerra ha tenido
esta industria en los países que la poseen. De 42,263 toneladas de cobre
que produjo Chile en 1913, último año normal, ha llegado en 1916, último
de nuestra estadística, a una producción anual de 71,288 toneladas (3),
pasando del sexto lugar en 1913 a ocupar el tercero en 1916 entre los
países de mayor producción del metal en cuestión. Le aventajan ahora
sólo los Estados Unidos de Norte- América, que produjeron, en 1916,
880,750 toneladas, y el Japón, que produjo 90,000 toneladas. Este auge
que ha tenido la explotación del metal rojo en Chile, ha hecho renacer
naturalmente la idea de fijar un impuesto a su exportación, gravamen que
existía hasta 1884, como lo constata el señor Avalos (4)
y que fue abolido a causa del retroceso que por aquellos tiempos
experimentaba la industria del cobre en el país.
Hoy, que es floreciente y que beneficia a sus
explotadores, en especial a las sociedades constituidas en el extranjero
y a las explotaciones con capital que no proviene de sociedades anónimas
nacionales, a quienes no afecta el gravamen del 3% o impuesto por el
fisco sobre el valor de tasación a las acciones de sociedades anónimas
destinadas a la explotación de minas, es justo que estos industriales
paguen también el tributo a que nuestras leyes constitucionales obligan
a todos los habitantes de la República, al asegurarles en su artículo 10
«la igual repartición de los impuestos y contribuciones a proporción de
los haberes». No habría peligro en la situación actual, ni dentro de
muchos años más, de entorpecer el desarrollo de esta industria, pues la
demanda que ha producido el resurgimiento presente, se mantendrá a causa
del gran consumo y el agotamiento progresivo del metal en varios países.
El señor Javier Gandarillas ha llamado últimamente la atención en la
prensa diaria hacia la destrucción inmensa de cobre que ha tenido lugar
durante la guerra europea y la demanda consiguiente que tendrá este
metal una vez que cesen las hostilidades y llegue el momento de
reconstruir la Europa. La reconstrucción de la marina mercante de varios
países, la electrificación de ferrocarriles en Estados Unidos y otras
partes, el desarrollo de las industrias química y eléctrica, etc., etc.,
son otros tantos factores de consumo futuro de cobre, que mantendrán
latente por muchos años una demanda activa de metal rojo, que
dificultará en no escasa medida la baja repentina del precio.
El
Gobierno nombró en 1917 una comisión con el fin de estudiar el problema
de la tributación minera en Chile, comisión que elaboró un proyecto de
ley en que para gravar el cobre se adopta como base un factor general de
gastos de producción ascendente a 50 libras esterlinas por tonelada
métrica, proponiendo un tributo sobre el mayor precio, que se cobraría
sólo cuando el precio del cobre fuera superior a 60 libras y el del
electrolítico superior a 55 libras. En la fijación de un impuesto a la
minería de cobre se tropieza hoy día con la dificultad de que no hay
medios eficientes de comprobación del producto neto de la explotación;
por eso se idea esa fórmula de determinación aunque sólo indirecta del
monto. Cuando el precio del cobreen barra fluctuase entre 60 y 80 libras
esterlinas, se pagaría un impuesto de 5%; cuando fluctuase entre 80 y
100 libras, se pagaría el impuesto anterior más un 6% sobre el exceso a
partir de 80 libras; cuando fuere de más de 100, se pagarían los
impuestos anteriores más un 7% sobre el mayor precio. No cabe duda que
la adopción de una medida como ésta, que naturalmente no puede ser la
última palabra en materia de tributación minera, vendría a resolver en
parte el problema, porque a causa de la situación especial por que
atraviesa esta industria en todo el mundo, no la perjudicaría en Chile,
y el Estado obtendría una entrada de que ha menester para el
mantenimiento y desarrollo de sus instituciones.
Es necesario
que el Estado, como representante de los intereses de la comunidad, haga
pronto efectiva la imposición de una contribución que se justifica no
sólo desde el punto de vista meramente jurídico, sino desde el punto de
vista económico-nacional, tanto más cuanto que aquí se trata de una
industria de carácter estable, por lo menos durante muchos años: según
cálculos prudentes, las reservas de cobre en Chile no bajan de la
cuantiosa suma de 20.000,000 de toneladas. El producto de este impuesto
podría invertirse especialmente en el mejoramiento de las vías de
comunicación y transporte del país, que son la base de nuestro
desarrollo económico y que necesitan de ayuda urgente en varios
sentidos, en pro del bienestar nacional.
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Literatura:
• Martner, Daniel (1918):
Nuestros Problemas
económicos, el trafico nacional. - 293 páginas, Sociedad imprenta-
litografía "Barcelona"; Santiago de Chile. [Colección
W. Griem]
• Marín Vicuña, Santiago (1914): Explotación del
Ferrocarril Longitudinal. - 53 páginas, 2 cartas; Imprenta
Universitaria, Santiago de Chile 1914 [Colección
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